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NOTA DEL AUTOR

Con la presentación de esta obra quisiera rendir homenaje a un compañero:

ALFONSO CARPINTERO RENEDO

Sería difícil resumir en pocas palabras el porqué. Para mí el formarme a su lado ha supuesto una gran suerte, una bocanada de aire fresco en un mundo sin ética ni razón, ya que, a mi entender, es una persona sin par; eso sí, con sus defectos, pero a la que considero un gran discípulo de los mejores maestros.

Melillense de nacimiento, sevillano por su crianza y cordobés de adopción, pienso que su labor merece un reconocimiento público, al cual me quiero sumar desde estas líneas.

Hasta hace unos meses fue jefe del Servicio de Traumatología del Hospital Provincial y General de Córdoba, un Servicio pobre en recursos humanos y materiales y al que supo dignificar una y otra vez, como si fuera un ave Phenix.

En su persona cabe destacar el respeto y consideración que profesa a sus maestros, cumpliendo de este modo la primera regla prescrita por Hipócrates.

Como señala Ibn Hazm en la segunda parte del Risalat, ha sabido admirar a otros cirujanos, y lejos de sentir envidia, los ha emulado con desinterés y noble afán.

No sólo no se envanece de las ciencias que domina, sino que está siempre abierto al conocimiento de otras, dedicando gran parte de su vida a mostrarlas a los demás. Fiel muestra de ello son los médicos, ayudantes técnicos sanitarios y auxiliares de clínica que han recibido sus enseñanzas tanto desde el pedestal de las aulas como desde el resbaladizo firme de los hospitales; los médicos especialistas formados junto a él y la gran cantidad de tesis doctorales, tesis de licenciatura y estudios de interés científico (comunicaciones, publicaciones, etc.) que han tenido origen en su trabajo, orientación y aliento. Todo ello desde la más depurada escuela del Dr. Gregorio Marañón: «Enseñando a obedecer sin mandar.»

Esta prolífica labor, que aún prevalece, es el resultado de la renovación diaria que realiza de su entusiasmo y dedicación en pos de una mejor formación personal, moral y profesional, lo que hace que se le pueda considerar, siguiendo la concepción de Eugenio d'Ors, como un hombre, y yo añadiría que como un amigo.

Manuel Mesa Ramos
Marzo 1989

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